miércoles, 31 de julio de 2013

flambeando libros

Esta fábula futurista tomada en parte de una novela de Ray Bradbury entronca con aquel género de ciencia-ficción pesimista en la que tan bien se desenvolvieron George Orwell y Aldous Huxley. En ese hipotético mundo deshumanizado, la conciencia individual se subvierte en favor del pensamiento único del sistema (me suena). En el que aquí se nos muestra cualquier publicación impresa está prohibida, cercenando a la población el derecho y la capacidad de pensar por sí misma. El poder es quien programa la TV familiar, decide tu corte de pelo y administra tus medicamentos (también me suena).
      El nombre de François Truffaut en los créditos no debe inducir a confusión, ya que estamos ante una producción al más puro estilo americano, aunque de impecable factura británica. La magia del director de «Jules et Jim» se diluye en favor de las secuencias de acción; así el ritmo visual se ve favorecido y el espectador participa de la vibrante trama sin la necesidad previa de haberse leído la novela. Del argumento se desprende una curiosa reflexión. Si algún día se nos prohibiese la lectura y cualquier material impreso fuera pasto de las llamas, entonces... ¿Cómo diablos aprenderíamos a leer? Seríamos analfabetos; por lo tanto los libros ya no representarían ningún peligro. Paradojas aparte, no deja de se una excelente película apta todos los públicos.
      Ah, casi se me olvida. El misterioso significado del título lo desvela uno de los bomberos protagonistas, el interpretado por Oskar Werner (casualmente el Jules truffaniano): “F-451 es la temperatura a la cual un libro comienza a arder”. Espero que no se os ocurra hacer la prueba.

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Fahrenheit 451 (Francia/Reino Unido, 1966).
Director: François Truffaut. Intérpretes: Julie Christie, Oskar Werner, Cyril Cusack.
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sábado, 27 de julio de 2013

psicodelia refinada

           En 1965, Roger Waters y Nick Mason, 2 estudiantes de la Polytechnic School de Londres, formaron con Rick Wright un grupo llamado Signa 6. La banda sufrió varios cambios de nombre: T-Set, The Megadeaths, The Architectural Abdabs y The Sreaming Abdabs. La agrupación continuó cambiando al incorporarse un nuevo guitarrista llamado  Syd Barrett, a quien se le atribuyó la creación del nombre Pink Floyd, proveniente de la unión de los nombres de 2 músicos de blues: Pink Anderson y Floyd Council.
      A partir de aquí y hasta 1975 se consagraría como uno de los pilares fundamentales del rock inglés, primero sicodélico y más tarde sinfónico. El año 1979 significó la creación del disco titánico The Wall, siendo el tema Another brick in the wall uno de los pocos hits de la formación. ‘El Muro’ hablaba de los ladrillos de la autoprotección que las personas construyen para protegerse de una realidad hostil, además de percibirse en él una sobreproducción, un culto al exceso y una ausencia de elementos musicales nuevos
      Para 1982, Waters estaba obsesionado con la materialización cinematográfica de su obra magna. El elegido para la realización de este proyecto fue Alan Parker (Birdy, Arde Mississippi). El rodaje se hizo en la primera mitad de ese año y, el 15 de julio, se llevó a cabo su estreno en Londres. Pink Floyd -The Wall, glorifica la paz y denuncia todo aquello que transgrede los derechos humanos: la opresión, la violencia y la guerra. Constituye un grandioso videoclip, muy al estilo del Tommy de los Who (Ken Russell, 1975).
      Más allá de entretenimiento, el cine puede ser una profunda experiencia que no necesariamente debe sacrificar su valor recreativo para contar historias complejas y ricas en significado y contenido. Fue Alan Parker junto con Oliver Stone quienes me hicieron ver la falacia del cine ‘de consumo’, que en muchas ocasiones parece regodearse en la incoherencia y la ineptitud narrativa para fingir entretenimiento. Porque aún hoy se siguen levantando muros incoherentes con la promesa globalizadora y la paz infinita.

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The Wall (UK, 1982).
Director: Alan Parker. Animación: Geral Scarffe. Intérpretes: Bob Geldof, Bob Hoskins.
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miércoles, 24 de julio de 2013

de máscaras y enigmas

       En éste nuestro querido cine se dio la circunstancia paradójica de que dos de sus nombres, dos de sus genios inclasificables nos sorprendían con una película, con una obra maestra cada dos lustros: Iván Zulueta y Víctor Erice. Del primero siempre nos quedará su Arrebato (1980), mientras que del segundo recordamos su incontestable trilogía formada por El Sur, El Sol del Membrillo y el título que hoy nos ocupa, El Espíritu de la Colmena.
      El guión del propio Erice y de Fernández-Santos cuenta con una historia ambientada en un pueblo castellano, terminada la Guerra Civil. La vida transcurre rutinaria en un entorno duro e inhóspito, en el que sólo el cine aporta algún elemento ilusionante. Un hombre ajeno a todo, consagrado al mundo de las abejas y su melancólica esposa, conviven como extraños. Las dos hijas pequeñas, en este ambiente enrarecido, sobreviven su infancia, poblada de quimeras y pesadillas cinematográficas.
      El Espíritu de la Colmena se ha conservado tan fresca como las otras dos obras mencionadas de Víctor Erice. Respaldada por el éxito crítico y comercial, esta realización fue la primera película española que dio una representación realista de la vida bajo el régimen de Franco. Gracias a un mensaje ideológicamente ambiguo, sin apuntar nunca nada sobre la posición política de los protagonistas (el padre, el fugitivo), se evitaron a los censores de la época.
      El estilo, las imágenes meditativas, su elaborada iluminación, unas escenas cuidadosamente compuestas... Todo refleja la monótona paz de la vida del pueblo, el tono contemplativo de su gente y los obstáculos para formar entendimientos y relaciones. La destacada interpretación de una joven Ana Torrent ayuda al retrato de estas inquietudes, metáfora de la experiencia de miles de personas que vivieron durante la dictadura.

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El Espíritu de la Colmena (España, 1973).
Director: Víctor Erice. Intérpretes: Ana Torrent, Fernando Fernán Gómez, Teresa Gimpera.
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domingo, 21 de julio de 2013

oscar para matthau

      En bandeja de plata, otra excepcional comedia de Billy Wilder (Con faldas y a lo loco, Irma la dulce) en la que la crítica mordaz a la sociedad norteamericana se centra esta vez en el mundo jurídico y de los seguros, así como en las estructuras matrimoniales. Harry Hinkle -Jack Lemmon-, un cámara de la CBS, es arrollado por un jugador de fútbol americano, ‘Boom Boom Jackson’. A partir de aquí su única obsesión será la de obtener la máxima tajada de la compañía aseguradora, en complicidad con su cuñado -Walter Matthau-, un maquiavélico abogado.
      Todo resulta ser una hábil estratagema de este par de sinvergüenzas para repartirse así el millón de dólares que la compañía de seguros tendrá que pagarles por los supuestos daños físicos, un tema el de cobro de pólizas que el director austriaco ya había tocado en Perdición. Una serie de situaciones descabelladas y las divertidísimas y no menos magistrales interpretaciones de una de las parejas míticas del cine de todos los tiempos hacen de esta películoa uno de los más inolvidables títulos del director de El apartamento.
      Casi todos los valores e ideales del american way of life resultan vapuleados, pero Wilder lo hace desde el centro del sistema y nunca renunciando al mismo, como si en el fondo reconociera que en sí no son malos, aunque advirtiendo cómo son prostituidos cotidianamente. En dieciséis partes va desarrollando en primer término la encarnizada lucha entre el picapleitos sin escrúpulos y los directivos de la compañía de seguros, que no dudan en poner en práctica su espionaje para desmontar la supuesta parálisis de Hinkle.
      Esperamos que acudáis todos a verla, os garantizamos que siempre la llevaréis en vuestro corazoncito. Tampoco olvidemos que Billy Wilder es prácticamente el único director de comedia americano que encuentra el material para sus películas, no en situaciones artificiales, sino en la exageración artística de características humanas fácilmente reconocibles. Directores de la talla de Fernando Trueba no han vacilado en reconocer su valioso legado fílmico.

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The Fortune Cookie (USA, 1966).
Director: Billy Wilder. Intérpretes: Jack Lemmon, Walter Matthau, Judi West.
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sábado, 20 de julio de 2013

amor y caos en color

      Aviso para navegantes: Antonioni no resulta un plato fácil de digerir ni siquiera para sus seguidores. Reivindicado y denostado a partes iguales, sus películas reflejan una mirada personal sobre la realidad en la que el uso del simbolismo visual nos acerca a los temas de la alienación, el desasosiego o el erotismo sin amor, todo aquello que Antonioni definió como ‘incomunicabilità’. Resumiendo, hay que estrujarse un poquito el seso.
      El personaje principal es Giuliana, una mujer insatisfecha no sólo de su vida conyugal sino también de su esfera social y afectiva. Con el fondo de una ciudad con ciertos rasgos de modernidad e industrialización invasora, Giuliana tiene una existencia cada vez más ajena. Tras un grave accidente automovilístico no consigue restaurar los vínculos afectivos ni con el marido (reflejo de su propia antítesis), ni siquiera con su pequeño hijo.
      Antonioni comenzó su carrera como crítico, guionista y ayudante de dirección. Su debut como director fue Crónica de un amor, a la que siguió la tetralogía La aventura, La noche, El eclipse y El desierto rojo, su primera película en color (Palma de Oro en Cannes 1963), y es autor o coautor de la mayoría de sus guiones. Tras trece años inmovilizado a causa de un derrame cerebral, Antonioni codirigió con Wim Wenders Más allá de las nubes (1995) y un episodio para la reciente Eros (Steven Sodebergh/Won Kai-War).
      Otro de sus clásicos es la inolvidable Blowup (1966), mucho más comercial y contemporánea, al más puro estilo british-sixties (quizás los de Ádega debieron escoger este título y no otro). Sin seguidores verdaderos que hayan sabido desarrollar los aspectos más llamativos de su cine, como el uso renovador del lenguaje cinematográfico y la fría lucidez de su mirada, su filmografía constituye el testimonio de una personalidad inconfundible. Antonioni tiene merecida la consideración de clásico. A ver cuántos vamos...

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Il Deserto Rosso (Italia, 1964).
Director: Michelangelo Antonioni. Intérpretes: Monica Vitti, Richard Harris, Rita Renoir.
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viernes, 19 de julio de 2013

a ver si aprendemos

      El cine de Eric Rohmer se caracteriza por su simplicidad y agudeza intelectual, en climas de profunda empatía con las localizaciones y con aquellos personajes que definen el sentido moral de cada una de sus historias. Su extensa carrera de más de cuarenta años como director se podría dividir en tres grandes etapas: Cuentos morales, Comedias y proverbios y Cuentos de las cuatro estaciones. El presente título no pertenece a ninguna saga, pero guarda relación con Las cuatro aventuras de Reinette y Mirabelle (1987).
      El alcalde de un pequeño pueblo quiere construir un gran complejo deportivo-cultural en unos terrenos cercanos al pueblo. Cuando todo parece seguir su cauce normal, comienzan a surgir infinidad de pequeños problemas, presiones de uno y otro bando y cuestiones políticas que ponen en peligro el proyecto. Algo que nos suena y que ya empezamos a sufrir en nuestras propias carnes, lo verde dejando paso al cemento, el hormigón y la insaciable depredación constructora que todo lo uniformiza y arrasa.
      El árbol, el alcalde y la mediateca nos habla de la eterna oposición entre campo-ciudad, la cultura de campo frente a la cultura urbana. La cultura de campo viene ejemplificada en el radicalismo del maestro protagonista que se opone totalmente a la construcción de la mediateca ya que para él es la destrucción de uno de los valores más preciados que es la autenticidad. Su antagonista, el alcalde, es un hombre de ciudad que vive en el campo y se cree un terrateniente intentando llevar la política social de la ciudad al campo.
      Aquí la baronesa Thyssen se ató a uno de los árboles del Paseo del Prado, provocando una reacción desigual. Nadie parece ver la relación existente entre árboles y bibliotecas (en este caso museos); o el papel y el cambio climático, entre el agua y el papel. Para conseguir una tonelada de celulosa se necesitan 120.000 litros de agua y más de 20 árboles. La flora contribuye a la lluvia, el CO2 acaba con las lloviznas, que se dan mayormente los fines de semana porque es cuando disminuye la contaminación urbana.

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L’arbre, le maire et la médiathèque (Francia, 1993).
Director: Eric Rohmer. Intérpretes: Pascal Greggory, Arielle Dombasle, Fabrice Luchini.
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jueves, 18 de julio de 2013

goodbye american way

      Impresionante y estremecedor western crepuscular que narra las peripecias de un grupo de desarraigados cowboys en un país en el que ‘los perros comen caballos’. Una atractiva muchacha llega a Reno para cumplimentar su divorcio. Allí conoce a varios vaqueros que actúan como estrellas en rodeos y exhibiciones. En su contacto, la muchacha descubrirá los valores del desarraigo y de la independencia. El maduro trío protagonista refleja la triste y sórdida decadencia del sueño americano a ambos lados de la cámara.
      Por encima de todo se trata de un emblema y de un certificado de defunción: la víctima, un género; el firmante, un director que para esas fechas ya era el mejor forense de Hollywood: John Huston. Como si lo previera, fue también la última película de Marilyn y Gable, ambos en la intuición del último acto, del último suspiro, porque a la biografía de los perdedores el director añade la parábola terrible de una despedida. Paisaje y personas aparecen envueltas en un único destino. La derrota, definitivamente, ha sido asumida.
      La Monroe nunca antes había trabajado cara a cara con su vulnerabilidad; así la película actúa como un desapacible elemento de psicodrama, descubriéndonos por primera vez a una actriz a años luz del estereotipo de rubia atómica y sexual. Clark Gable se enamora y Montgomery Clift está particularmente cómodo en el papel de jinete de rodeo en conflicto con su madre. Filmada en el estado de Nevada, fueron sonados los retrasos en los rodajes por culpa de los constantes desórdenes emocionales de una Norma Jean en horas bajas.
      Según Arthur Miller (autor del guión): Marilyn era el cine, era imagen, era uno de esos amaneceres en los cuales nos bañamos de fuego y pasión, quedando marcados de por vida, pero el dolor de esa corona de espinas de nuestra rutinaria vida fue tan placentero... Siempre el brillo del mismo fuego puede cegarnos de  forma que a veces impide que veamos más allá de las mismas llamas. Es una lástima porque en ese mismo resplandor está el sentido de la vida, y como auténticos misfits continuamos perdidos en nuestras miserias.

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The Misfits  (USA, 1961).
Director: John Juston. Intérpretes: Clark Gable, Marilyn Monroe, Montgomery Cliff.
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martes, 16 de julio de 2013

renacer para morir

      Ahora que nos amenaza el consabido bombardeo prenavideño, nada mejor para reencontrase con las tradiciones de verdad que disfrutar de una de las mejores películas de la Historia del Cine, ‘la mejor’ para unos y ‘la mejor de los años ochenta’ para los críticos españoles. 
      John Huston, autor de maravillas como La Reina de África o El honor de los Prizzi, nos introduce esta vez en una de las celebraciones con más arraigo y tradición entre las familias burguesas de Dublín de principios de siglo: la de la cena de Epifanía.
      Basada en un relato de James Joyce, Dublineses se desarrolla como un film coral en sus primeros setenta minutos, hasta que Gretta (Anjelica Huston) le cuenta a su marido Gabriel (Donal McCann) que una antigua canción le ha recordado a un amor adolescente fallecido muchos años atrás. La nostalgia de la juventud, la necesidad del recuerdo, sentimientos todos ellos encontrados dolorosamente una fría noche navideña. Huston pone su cámara en la ventana observando la caída de los copos de nieve mientras una voz en off cierra el relato.
      Sobrecoge pensar en la edad y el estado de salud con que Huston rodó esta cinta, plenamente consciente de que le quedaba poco tiempo de vida -la filmó con una máscara de oxígeno y postrado en una silla de ruedas-. El octogenario director sentía como propio lo que estaba contando y se entregó del todo en esta adaptación, una reflexión sobre la muerte, el peso de los recuerdos, nuestro destino y lo relativo que es la existencia. Asimismo el equipo de dirección artística consiguió un trabajo magistral plasmando cada detalle del relato.
      Las imágenes van mostrando la inmovilidad del paisaje irlandés bajo la nieve y el extraordinario texto de las dos últimas páginas del cuento de Joyce se convierte en un monólogo con la voz en off de Gabriel. El relato y la película terminan así con la misma última frase, cambiando la tercera persona del genial relato por la primera de la película: “Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso del último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos”.

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The Dead  (USA, 1987).
Director: John Juston. Intérpretes: Anjelica Huston, Donal McCann, Dan O’Herlihy.
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lunes, 15 de julio de 2013

para fans de herzog

      El subtítulo elegido comenta por sí solo la foto que ilustra esta crítica, tomada hace unos años en un cine de Seattle. Puestos elegir alguna película del director alemán, yo me quedaría con Fitzcarraldo (1982), su obra más redonda y a la vez comercial que también incide en la erosión de la naturaleza por el ser humano. Tanto una como otra pasaron en su día por el legendario auditorio de A Lomba, lo cual ayuda lo suyo a la hora de revisarla veintitantos años después. ¿Habrá alguien que no conozca a Werner Herzog?
      Al lado de figuras de la talla de Wim Wenders y Rainer Werner Fassbinder, se puede decir que Herzog fue la tercera pata fundacional del llamado Nuevo Cine Alemán. Ya desde el principio nos deja clara su preferencia por los anti-héroes: personajes de singular personalidad enfrentados a un mundo hostil; la lucha por su supervivencia o por defender sus ideas está siempre abocada al fracaso. Sus personajes se rebelan ante la absurdidad de su vida y su lucha contra esta situación les lleva a la locura, la anulación total o la muerte.
      Donde sueñan las verdes hormigas trascurre en un territorio perdido de Australia; dos tribus aborígenes conservan sus leyendas, sus canciones y sus leyes sobre la creación del hombre y la naturaleza, sosteniendo una lucha desesperada por conservar su cultura, sus mitos y costumbres producto de cuarenta mil años en el desierto. Surge el conflicto de estas tribus con las leyes de la moderna Australia y los intereses de un consorcio minero que desea extraer uranio dentro de su territorio. El saqueo colonial continúa. El resto no es más que una fachada de respeto inexistente.
      Los estudios antropológicos suelen llevarnos a otro equívoco. Nos hacen pensar que la ciencia y la civilización moderna (o postmoderna) llevan a rescatar -en su respeto por lo humano- esas culturas residuales. Pero no es así. Ocurrió con las culturas precolombinas, con los indios americanos o con la presa de Assuan. Según palabras de Herzog, “no puedo protegerlos, creo que nadie puede hacerlo. Los perderemos, nos empobreceremos, y al final, desnudos y amnésicos, no tendremos más que la cultura McDonalds en este mundo”.

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Wo die grunen ameisne traumen  (Aelmania, 1984.
Director: Werner Herzog. Intérpretes: Bruce Spence, Norman Caye.
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viernes, 12 de julio de 2013

miradas oblicuas

       ¿Te gustan las historias conmovedoras, sinceras y reales? Pues ya está, aquí tienes una tan simple y universal como la vida misma. Verás, una pareja mayor decide viajar a Tokio para visitar a sus hijos, uno de ellos convertido en el médico de su barrio, después de que las guerras civiles de Japón los hubiera separado. Pero las cosas habrán cambiado bastante y sentirán el abismo que reina tanto entre las generaciones como entre los habitantes del campo y entre los de la ciudad (y hasta aquí puedo desvelar).
      Te diré que es Cine en estado puro y cristalizado, y que a través de una magistral reflexión sobre el paso del tiempo el simple transcurrir de los días en la existencia de unas gentes sencillas quedará trastocado cuando la muerte haga acto de presencia. Lo que os cuento no parece nada novedoso ni original pero, ¿acaso algo lo es? Yasujiro Ozu, conocido como uno de los más grandes cineastas de la Historia del Cine, acuñó su propio dogma teñido de concisión y elegancia. Su filmografía cuenta con un extenso legado de más de cincuenta títulos, pero es Cuentos de Tokio su indiscutible su obra maestra.
      Fue rodada en unos años en que el público occidental descubrió el cine japonés con títulos como Rashomon y otros del gran Akira Kurosawa, más tarde reivindicado como primera influencia por variados y talentosos directores de Hollywood, si bien Ozu quizá sea el más grande entre todos los de su tiempo. Un ejemplo de cómo la cámara observa de forma impasible a los personajes, una lección magistral de estilismo visual, honesto y hasta innovador en algunos planos filmados a la altura de los ojos del personaje.
      El interés que suscita la obra de Yasujiro Ozu es prueba de la modernidad de la misma y de la atracción que su autenticidad ejerce sobre nosotros. El interior es lo único que parece interesar; el interior de las casas, el interior de los individuos. El problema es que, acostumbrados como estamos a un determinado timing, el ritmo del cine oriental nos provoca cierto desasosiego, como si no pasara nada digno de ser filmado. Pero puedo prometer y prometo a los que veáis la película que os llevaréis de recuerdo un puñado de secuencias muy difíciles de olvidar. 

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Tokyo Monogatari (Japón, 1953).
Director: Yasujiru Ozu. Intérpretes: Ryu, Chiecko Higashiyama, Haruko Sugimura.
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lunes, 8 de julio de 2013

ojos que enamoran

       Sir Charles Chaplin hizo del denominado cine mudo un retrato que nos hablaba de la alegría y de la ternura aún en medio de las sombras. Del silente movimiento de cada cuadro supo extraer esencia de poesía, de esos silencios que poseen significado si los ves a través de sus ojos, de sus gestos o de sus manos porque hizo fluir la esperanza en ese callejón del blanco y negro, moviéndonos entre extremos, en ese vaivén pendular al que se aferran nuestros sentimientos más primarios.
      La que es considerada obra maestra de Chaplin nos cuenta la historia de amor entre un vagabundo y una vendedora de flores, delicada, hermosa y ciega (interpretada por Virginia Cherrill), y también su especial amistad con un borrachín millonario. El final de la película, se mire por donde se mire, quedará como uno de los finales más gloriosos (y milagrosos) de la historia del cine, homenajeado hasta por Almodóvar en su cortometraje televisivo ‘Tráiler para amantes de lo prohibido’. 
      En 1931 ya llevaban unos años experimentando con el cine sonoro. Contando con que The Jazz Singer está fechada en 1927, lo normal es que esta película fuese hablada, pero Chaplin, como haría más tarde con El Gran Dictador, se mostró muy reacio a abandonar el leguaje único que el cine silente era capaz de proporcionarle, estableciendo una lucha a muerte con la productora que a toda costa deseaba enterrar de un plumazo el pasado, el que hoy denominamos injustamente ‘cine mudo’.
      De todos los films de Chaplin -junto con Tiempos Modernos- City Lights nos ofrece el mayor despliegue en la caracterización del vagabundo. Un solitario, sin familia, sin un lugar donde vivir, sin amigos, alejado de toda realidad, inocente como un niño, con un corazón puro lleno de buenas intenciones. Resulta difícil no intentar penetrar en las formas de silencio detrás de cada fotograma, siempre hay un halo de acertijos y misterios que discurren vagos entre las fronteras de su sonrisa, de su tristeza.

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City Lights (USA, 1931).
Director: Charles Chaplin. Intérpretes: Charles Chaplin, Virginia Cherrill, Harry Myers.
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domingo, 7 de julio de 2013

nacional atomicismo

      Como no todo es oro en la filmografía de Berlanga, sus primeros logros disculpan la pobreza de argumentos en la última parte de su carrera. Con un reparto coral que encabezan Edmun Gwenn, ganador de un oscar por Milagro en la Calle 34, Manuel Alexandre (cuya voz original no escuchamos por culpa del doblaje) y Pepe Isbert, la película careció de problemas políticos y de censura, cosechando muchos premios: de la Oficina Católica Internacional de Cine y del Sindicato Nacional del Espectáculo.
      Un científico nuclear, cansado de que sus investigaciones se pongan al servicio de intereses militares, se refugia en el anonimato de un pueblo costero mediterráneo, Calabuch. Allí sus habitantes desconocen su procedencia, pero no su sabiduría, por lo que le ofrecen dar clases en la escuela del hogar. Cuando llegan las fiestas locales, la rivalidad con el pueblo vecino le lleva a la creación de un artefacto para los fuegos artificiales, motivo por el que aparecerá en las noticias de la televisión.
      La crítica en su momento dijo de la película que ‘es sencilla de argumento y de realización’. Está narrada con un lenguaje directo que huye de los excesos y las complicaciones, apoyada en unos personajes que defendían la opción de una forma de vida sencilla. Ya que presentaba un lugar idílico, con sus pequeños y humildes personajes despreocupados, optimistas, sin recelos ni rencores, el film adolece de una sensiblería que no coincide con el resto de la filmografía berlanguiana.
      El propio director reflexionaría sobre su película: “De Calabuch retocaría muchas cosas, casi la volvería a hacer de nuevo, con más seguridades y menos prisas, para recrearme más proustianamente en el pueblo y en su luz”. Es, pues, un cuento, una historia atemporal sobre la humanidad, las implicaciones de la ciencia mal usada y  la idea de felicidad. No faltan los temas trascendentes, como la religión, la política y la educación, con una crítica ligera y con una cierta ironía, para superar la temida censura.

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Calabuch (España, 1956).
Director: L.G. Berlanga. Intérpretes: Edmund Gwenn, Valentina Cortese, Franco Fabrizzi.
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viernes, 5 de julio de 2013

auténtico pop art

       Que nadie se espante, la propuesta del Cineclub Ádega para este martes resulta ser toda una lección de cine independiente y buen gusto. Atrás queda la espesa y hermética El desierto rojo, programada hace un par de años. Blow-Up rompe con todo lo visto y firmado por Antonioni en su momento, constituyendo el éxito más rotundo e inesperado de una película transformada con el paso del tiempo en obra de arte y título de culto para todos aquellos adoramos la estética 'sixties'.
      Porque lo que nos interesa de esta película es el retrato del Swinging London más moderno y cool, reflejado por encima de todo en su colorida moda y en ciertos apuntes de amor libre que, dentro de su inocencia, levantarán la libido de más de uno/a al estar protagonizados por una juguetona Jane Birkin, su amiguita y Thomas, el fotógrafo interpretado espléndidamente por David Hemmings, un tipo cínico e impasible, la viva personificación de lo que muchos quisiéramos haber sido.
      No, no nos olvidamos de su banda sonora, compuesta por Herbie Hancock. Ya desde los títulos de crédito -very very fashion- la envoltura musical nos anuncia algo distinto, un jazz fresco, contemporáneo y juvenil que por ejemplo reivindicaron en los ochenta Mick Talbot y Paul Weller a través de su Style Council. Pero esto no es todo, el numerito que hace de Blow-Up un icono de la cultura pop es la aparición estelar de los Yardbirds. Ver a un joven Jimmy Page (Led Zeppelin) en escena resulta todo un lujo impagable. 
      ¿Y de la trama, qué? Pues os digo que nos os comáis mucho el tarro con sus misterios fotográficos sin resolver, y en cambio disfrutad con los momentos surrealistas del film. Chicos, ¡estáis en plenos años sesenta! Lo mejor es que Thomas no se da cuenta de ello, en su inconsciente soberbia no alcanza a sentirse protagonista de un momento único en la historia que a muchos y a través de ‘The fab four’ nos cambió para siempre. Una sorprendente obra maestra que, amigos del pop, no os debéis perder bajo ningún concepto.

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Blow-up (Italia/Gran Bretaña, 1966).
Director: Michelangelo Antonioni. Intérpretes: David Hemmings, Vanessa Redgrave, Sarah Miles.
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jueves, 4 de julio de 2013

sweet dreams, baby

      Hay que ver, casi los mismos añitos que el bollito grunge de Belleza Robada. Sin embargo, la muy apetecible piel amelocotonada de Liv Tyler, más que del respeto y la admiración de la que antaño gozaban las todavía vírgenes, es por el contrario pasto de la implacable mofa interclasista de unos progres adinerados y decadentes.
Pero a diferencia de la heroína de Bertolucci, la muñequita en blanco y negro de Elia Kazan sí posee todavía el reconocible carácter turbio y malévolo característico de cualquier niña mimada con cuerpo de mujer, o lo que es lo mismo, de cualquier nínfula ajena a su condición.
Baby Doll desató en su época todas la iras conservadoras habidas y por haber hasta ser considerada la película más cochina jamás filmada en los EE.UU. Y ya se sabe que los escándalos, lejos de ahuyentar al público, son capaces de provocar morbo a mansalva y constituyen la mejor campaña de promoción posible. El director de Un Tranvía llamado Deseo confió en el prolífico dramaturgo Tennessee Williams para la elaboración del guión, y éste, engarzando dos de sus obras de consabida temática sureña, salió más que victorioso del berenjenal (en este caso algodonal) logrando lo que en él parecía casi imposible: firmar una comedia sensual de amplio espectro.
      Karl Malden es el marido, feo, tosco y de pocos modales. Se niega a consumar el matrimonio hasta que la parte interesada -la más turbadora Carrol Baker que se haya visto jamás- cumpla los veinte. Y claro, pongámonos en su lugar. ¿Cómo hacerlo si la que es por ley tu mujer duerme en una cuna chupándose el pulgar? Pero, ¡cuidado!, si no lo haces tú, lo hará otro. Para fiarse del Siciliano -Eli Wallach-. Un tipejo de cuidado.
      Corren malos tiempos para el mito de Lolita. Arruinado por enfermos y caciques indecentes, nos horroriza imaginar el babeo senil derramado sobre frágiles criaturas. La presente película de Kazan, trémula y chispeante, con una fotografía en blanco y negro inusitadamente cristalina, revierte en el espectador la fatuidad del pecado original que jamás existió. Que la disfrutéis.

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Baby Doll (USA, 1956).
Director: Elia Kazan. Intérpretes: Karl Malden, Carrol Baker, Eli Wallach.
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miércoles, 3 de julio de 2013

realismo surreal

      Dos décadas después de su pase en una de nuestras añoradas Semanas de Cine, el personal de Ádega rescata para goce de nobles y plebeyos la que es considerada unánimemente como la obra cumbre del maestro Fellini, la desbordante, ancestral, y por más que adjetive la no menos virtuosa Amarcord.
      El epicentro de esta historia lo constituyen las vivencias de un grupo de febriles adolescentes en el contexto de la Italia de Mussolini. Lejos de situarla en alguna ciudad barroca llena de imaginería, como haría con Roma en su ancestral Dolce Vita, esta vez Fellini optó por envolver los recuerdos de juventud en la pequeña atmósfera de su Rimini natal.
      La película está llena de guiños reconocibles por fellinianos, desde la cotidianeidad de una escuela o una casa hasta la sátira de una manifestación fascista, pero son los detalles colectivos situados en un tiempo concreto los que tiñen las imágenes de recuerdos valorables y cuando adquieren toda su importancia. Es lo que Fellini denominaba ‘paisaje humano del filme’. La galería de personajes y las relaciones que establecen en un contexto histórico son capaces de provocarnos altas dosis de hilaridad (la escena de la estanquera), lo que no esta reñido con otros momentos inolvidables llenos de lirismo y ternura (los chicos balanceándose en el viento). Sobre todos ellos planea la sombra del fascismo, aunque diluida en una especie de juego satírico que se ríe de su acartonada grandilocuencia (la manifestación de los ‘camisas negras’).
      Las miserias cotidianas, la sexualidad que aflora, los sueños y las fantasías terriblemente libidinosas, las prostitutas... Todo un catálogo del universo perdido aplicable al pueblo de infancia que soportó nuestro vacío adolescente. Unos personajes que no logran separar lo serio de lo cómico, y aún así toman conciencia de su condición irrisoria y tragicómica. La alegría de la primavera, el vigor del verano, la melancolía del otoño y la tristeza del invierno. Nadie pintó el ciclo de la vida tan magistralmente como Fellini, si exceptuamos claro está a un tal Ingmanr Bergman. Porque la grandeza de Amarcord no reside tanto en ser una gran película sino en que vuelva a resultar una gozada su contemplación.

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Amarcord (Italia, 1973).
Director: Federico Fellini. Intérpretes: Magal Noell, Pupella Maggio, Armando Brancia .
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martes, 2 de julio de 2013

felicidad sin diversión

      Durante un tiempo Rainer Werner Fassbinder (1946-1982) fue uno de los directores clave de aquel movimiento fílmico que se dio en denominar Nuevo Cine Alemán, y que a muchos nos ofreció la posibilidad de conocer también a unos incipientes Wim Wenders y Werner Herzog ya que los tres eran plato habitual en la programación del Cine Club Ádega de hace unos cuantos lustros. Del primero nunca pudimos ver por aquí su obra semi-póstuma, la durísima Querelle, quizás por el escándalo y la fama de ‘bestial’ que desde siempre rodeó su pase.
      Hasta entonces Fassbinder se iba ganado la confianza del paciente aficionado al buen cine, alternando películas más o menos comerciales (El Matrimonio de Maria Braun, Lili Marleen), con propuestas más arriesgadas de infinito valor cinematográfico (Las Amargas lágrimas de Petra Von Kant, La Ansiedad de Verónika Voss). Entremedias, la constante crítica y desconfianza teñida de pesimismo hacia el llamado Milagro Alemán, la nueva burguesía y sus prejuicios que subyacen del no tan lejano pensamiento nazi.
      Todos nos llamamos Alí abunda en la falsedad de una sociedad racista y xenófoba trasladable hasta nuestros días, al tratar el idilio entre un inmigrante marroquí (Alí) y una súbdita germana entrada en años (Emmi), lo cual desencadena en el entorno más inmediato de la mujer toda clase de desaires y conflictos hacia ellos. Un film modesto, una auténtica obra de arte, nunca cae en maniqueísmos ni sensiblerías, expone la delicada situación que presenta con una imparcialidad total, sin ceder un palmo ante el sentimentalismo.
      Fassbinder, al que vemos haciendo de yerno malvado, parece sentir tanto amor y comprensión hacia la desigual pareja que se niega a romper esa unión y prefiere dejar la puerta abierta a una esperanza que, sin embargo, no va a suponer ni mucho menos el final de los problemas para Emmi y Ali: en primer lugar está su situación personal como pareja (¿amistad?, ¿relación marital?), y después la sociedad que los ha aceptado hipócritamente como moneda de cambio pero no como a dos seres humanos que se quieren.

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Angst essen Seele auf (Alemania, 1974).
Director: Rainer W. Fassbinder. Intérpretes: Brigitte Mira, El Hedi ben Salem.
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lunes, 1 de julio de 2013

ochentas total

      5 de agosto de 1987, miércoles, Semana de Cine en el Arosa. Tras Una Habitación con Vistas y Senderos de Gloria por fin le llegó el turno a esta sátira onírica y kafkiana. Vilagarcía vivía por entonces su peculiar movida nocturna, quizás fuera ese el mejor año en cuanto al ambiente marchoso se refiere, cuando O Castro y A Baldosa eran otra cosa. Al igual que Elígeme de Alan Rudolph, la peli de Scorsese hay que situarla en aquel contexto irrecuperable, cuando el H. La Diana marcaba nuestro tambaleante devenir.
      Martin Scorsese pertenece a la misma generación de cienastas que irrumpió con fuerza a principios de los años setenta: Francis F. Coppola, Brian De Palma, George Lucas, y Steven Spielberg. Tras la brillante El tren de Bertha llegaría Malas Calles, su espaldarazo definitivo (sensacional arranque de los créditos con el Be my baby de las Ronettes). A partir de ahí, la consagración con títulos como Taxi Driver, Toro Salvaje y Uno de los Nuestros, el escándalo con La última Tentación de Cristo y el fiasco con New York, New York. Con un presupuesto modesto y un rodaje austero en un inquietante Soho neoyorquino, casi toda la película se desarrolla con nocturnidad y alevosía. Griffin Dunne, un gris empleado, decide no dormir solo y salir de cacería nocturna; por una serie de casualidades se verá inmerso en una interminable pesadilla posmoderna, en homenaje al Proceso de Kafka y a la comedia estilizada y sofisticada de Preston Sturges o Howard Hawks.  
      After hours resulta una película brillante, un film morboso gracias sobre todo a la dulzura paranoica de Rosanna Arquette y a la perversa sexualidad de Linda Fiorentino. Scorsese transporta a sus personajes más allá de lo real, hacia situaciones que rozan lo inverosímil y la ensoñación, pero lo hace de una manera totalmente realista, sin caer en la exageración para hacerlo todo más verosímil. Con todo, no sabemos si el film habrá envejecido bien, supongo que nos enfrentaremos a nosotros mismos y a lo que no hicimos hace 20 años.

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After Hours (USA, 1985).
Director: Martin Scorsese. Intérpretes: Griffin Dunne, Rossana Arquette, Linda Fiorentino.
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